martes, 18 de octubre de 2022

¡El relato ganador del Premio Literario Serranía de Guadalajara!

Este es el relato ganador del Premio Literario Serranía de Guadalajara. ¡Espero que disfrutéis leyéndolo!

Latidos de Serranía

Sus ojos castaños y hondos nacían con el río. Podía ser el Jarama, el Lozoya o el Sorbe, los de aguas cristalinas y millares de historias de amor y desamor. Allí estaba ella, cuerpo grácil y bronceado, sumergiéndose entre guijarros empapados y truchas juguetonas. En la orilla, bajo la sombra de un tejo enamorado del abedul, yacía una toalla de Daisy y Peter Pan. Mi cuento de Disney estaba arrancando, y yo lo intuía.

La observé a unos metros. Su mirada se cruzó con la mía. Ruborizado por mi endémica timidez, alcancé a balbucear un hola ensimismado, frágil, inocente. Ella sonrió, probablemente consciente de que me había fascinado.

-Soy Lorena. ¿Cómo te llamas?

Yo me llamo Juan. Me lo tuve que repetir diversas veces, porque con los nervios casi me olvidé de mi propio nombre. Mientras respondía, la seda esponjosa de su cabello envolvía su busto por efecto de una brisa súbita, invitada por sorpresa al encuentro. Las piernas de Lorena eran robustas, piernas de chica serrana, firme y resuelta. Seguro que había practicado deporte. Acaso en el macizo del Pico del Lobo-Cebollera, quizá en el Macizo de La Tornera-Centenera, en las Sierras de Concha y de La Puebla. Por qué no en la Sierra Gorda. Yo conocía esos parajes íntimos y recónditos. Asaltaron a mi memoria flashes diversos, salpicaduras de plétoras de excursiones y correrías, matutinas, vespertinas e incluso nocturnas, bajo el tórrido sol o la languidez nostálgica de la luna.

En esos segundos admirando a Lorena imaginé que nos adentrábamos en la Sierra de la Tejera Negra, esa Buitrera de aventuras infinitas, o que recorríamos la Sierra de Alto Rey, o la Sierra del Ocejón, la de los vallejos y las caricias a la loma de las Piquerinas. Entonces, ella me preguntó si yo era de la zona. Le respondí que era como si lo fuera, ya que veraneaba allí desde hacía algunos años y me encantaba investigar, caminar, trepar, sentir y unirme a cada metro de esos parajes. Me comentó que ella era de la sierra, pero de la andaluza, de Aracena y los Picos de Aroche. Su dulce acento y su magnética gracia me hipnotizaron ipso facto. Además, se mostraba enormemente simpática y curiosa. Me preguntó por otros ríos o riachuelos donde poder zambullirse.

Y le comencé a explicar, impregnado de su aroma a acebo y pino albar, que la serranía de Guadalajara era un homenaje a la flora y a la fauna, que era una sinéresis de cuerpo y alma, que era un pulmón de algodones en nube, de hechizos impensables y de mariposas ingenuas. Le describí el Jarama y el Bornova, otras fuentes de ese Tajo de poemas y libros olvidados, de besos en silencio y suspiros en letargo. La invité a descubrir los saltos del Berbellido, los enjambres del Ermito, la sinuosidad del Sonsaz, la alegría del Pelagallinas o el lapislázuli del San Cristóbal. Y, mientras le explicaba y explicaba, me imaginaba buceando a su lado en el agua fresca, combatiendo la canícula y descubriendo pieles azucaradas y el pálpito de la vida.

Y los ríos y las piedras, los ríos y las rocas, van de la mano. Le generé curiosidad para conocer la fiebre de la plata de Hiendelaencina, con sus minas argentíferas que la popularizaron allende la encina. Le interesaron las cuarcitas y los gneises, los filones de cuarzo, los sulfuros de oro y plata. Lorena estaba boquiabierta, y yo me sentía como nunca antes, como un profesor explicando la lección a una alumna inteligente y sublime. Le narré mis peripecias pretéritas en El Cardoso de la Sierra, los avistamientos de corzos, jabalíes y zorros y los misteriosos aullidos del lobo ibérico, omnipresente, deslizándose entre hayas, serbales y cantuesos.

Mientras conversábamos, nos observaban, indagadoras, una salamandra común y un tritón jaspeado. De pronto, nos sobrevoló un águila perdicera, a buen seguro radiografiando los movimientos de alguna presa desprevenida. Lorena quedó prendada por el singular y majestuoso vuelo del águila. El cielo de la Serranía de Guadalajara es una fiesta de ascensiones solemnes y descensos vertiginosos, de zigzagueos en grupo o de esprints en solitario, de lienzos irrepetibles ante el silencio de la ensenada. Amo el cielo de la sierra, como lo aman el acentor alpino, el roquero rojo o el pechiazul, e incluso el alcaudón dorsirrojo. Lorena me preguntaba, y entre las olas de su voz me embelesó el rojo intenso de sus labios, intensidad de aguas eternas. Y, empujado por un no sé qué irresistible, la besé, mientras se acariciaban suavemente nuestros latidos. Latidos de naturaleza. Latidos de tierra. Latidos de Serranía.

 

Dr. Joan-Francesc Fondevila-Gascón

14 comentarios:

  1. Que bonic!!!!! Espectacular!!!!! Felicitats, Catedràtic i Doctor Fondevila!!!!!

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  2. ¡Insuperable! ¡Qué sentimiento tan profundo! ¡Enhorabuena por el Premio, Joan Francesc!

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  3. DOCUMENTADO,POÉTICO,LITERARIAMENTE PERFECTO....CONGRATULATIONS¡¡¡

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  4. Que sensible i emotiu! Sublim! Felicitats, Joan Francesc!

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  5. ¡Belleza pura! ¡Impresionante! ¡Felicidades!

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