El reciente anuncio de Orange de que va a comenzar a desplegar en España una red de FTTH con cobertura a un millón y medio de hogares durante los próximos cuatro años es una noticia esperanzadora desde diversos puntos de vista. Desde la perspectiva inversora, el proyecto de Orange se suma a los de Telefónica (que cableará Barcelona este verano y durante 2012 el 80% de Madrid) y ONO, lo que convierte al de las telecomunicaciones y al cable en sector abanderado en inversión, en plena parálisis económica en España. Invertir en infraestructura, invertir en redes, es la mejor apuesta para un país. La traducción en puntos de PIB se percibirá a largo plazo, como también observaremos un posicionamiento mejor del tejido empresarial, con impacto inclusive en el mercado residencial y el de las administraciones públicas. La inversión de Orange, de 300 millones de euros, está abierta a acciones conjuntas (acuerdos comerciales o compartición de redes).
Desde la perspectiva de precios, la convivencia de diversas redes, de diversas autopistas de alta velocidad, beneficia al consumidor final. El abonado puede elegir, puede exigir, y, además de las lógicas reducciones de precios en un mercado más eficiente, se blinda ante posibles caídas físicas de una red. A más back up, más seguridad en aras de la conectividad.
Finalmente, desde la perspectiva de la ocupación, proyectos como el de Orange generan empleo directo e indirecto. Lo mismo ocurre con los de Telefónica y ONO. Pero hay que mirar más allá: al margen del empleo coyuntural que implica abrir zanjas e instalar la fibra óptica, una red de este tipo garantiza empleo de todo tipo y en la mayor parte de sectores gracias al plus de competitividad holística que aporta la infraestructura. Esa es la lectura más trascendente e ilusionante en un periodo económicamente convulso en el que hay que aprovechar para sentar las bases del futuro. Y España, al menos por lo que respecta a los operadores de telecomunicaciones, lo está haciendo.
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